Desde el inicio de este ciclo escolar, en Vía Reggio decidimos colocar al centro una pregunta que nos atraviesa desde que somos pequeños, pero que se transforma y se resignifica con el tiempo: ¿quién soy?
A lo largo de este período exploramos el concepto de identidad, acompañando a nuestros estudiantes —desde Nido hasta Secundaria— en esta búsqueda por comprenderse a sí mismos y al otro. Este enfoque se alinea con la visión de Loris Malaguzzi, quien concebía al niño como un ser activo y competente, capaz de construir su propio conocimiento y cultura a través de sus relaciones con los demás y con el entorno.
En los primeros años, la identidad apareció de la manera más natural: el reconocimiento del propio cuerpo, las emociones, los sentidos, los gustos, los miedos y las similitudes y diferencias con los demás. Jugando, pintando, explorando, nombrando… los niños de nido y preescolar, comenzaron a reconocerse como seres únicos, pero también parte de un grupo que los acoge tal como son.
En primaria baja, esa mirada se extendió hacia el entorno: la naturaleza, los animales, la ciudad, los espacios que habitan, los materiales que usan, y las personas con las que comparten la vida diaria. Descubrieron que también somos lo que cuidamos, lo que protegemos, lo que defendemos.
En primaria alta, la identidad comenzó a relacionarse con el pensamiento, la cultura, las emociones, la historia personal y colectiva. A través del cine, el arte, la música, el misterio, el deporte o la comida, los alumnos se reconocieron como seres capaces de imaginar, recordar, crear y transformar.
Y en secundaria, la identidad se vivió como una experiencia de introspección, diálogo y reflexión ética ante la realidad. Los adolescentes se atrevieron a pensar en lo que callamos y en lo que mostramos, en lo que nos duele como comunidad, en lo que construye o daña nuestro entorno, en lo que aspiramos a ser.
Este recorrido nos confirma que la identidad no se enseña, se acompaña en el juego, en la pregunta, en el error, en el silencio y en la palabra. Se acompaña con cuidado, sin prisa y con la certeza de que cada quien encontrará su propia voz, en su propio momento.
También reconocemos que la construcción de la identidad personal está íntimamente ligada a la identidad de la comunidad a la que pertenecemos. Nuestra ciudad —como tantas otras— está viviendo una realidad compleja y desafíante. Reconstruir nuestro Culiacán, no será posible sin preguntarnos primero quiénes somos, qué valores sostenemos y cuáles queremos transformar. Acompañar a nuestros estudiantes a reconocerse a sí mismos es, también, un acto de esperanza colectiva: es sembrar raíces más firmes para imaginar una ciudad más consciente, más justa y más humana.
Te invitamos a ser testigo de esta celebración de identidad en nuestro Museo de los 100 Lenguajes ¡Invita a tus familiares y amigos!
Fernanda Escobosa
Diección General